¡No me gusta leer!
Estoy segura de que lo han
escuchado al menos una vez en su vida. Y yo sé que ustedes son amantes de los
libros y de la lectura, así que cuando escucharon esa frase seguramente algo se les
movió por dentro y quizá, tal vez quizá, no pudieron controlar decir algo al
respecto.
Yo he escuchado esta frase
algunas… varías… ¡muchísimas veces! Y sí, inevitablemente alguna vez se me
salió decir “¿estás loca?, ¿cómo puede no gustarte?”, lo que he aprendido a
controlar para sustituir con un “¡Inténtalo! Seguro es que no has encontrado el
libro para ti.”
Pero, ¿por qué no les gusta leer?
Nunca falta quien diga que es
porque los libros tienen “muchas letritas”, lo que a muchos les provocaría
voltear los ojos y hacer una mueca. Pero calma, ¡está bien! Porque un lector no
tiene que ser uno exclusivo de libros con “puras letritas”. ¿Acaso no amamos un
buen libro ilustrado? No tenemos que ser niños para disfrutarlo, ¿cierto?
Les platicaré un caso cercano,
muy cercano, con la esperanza de que aquella personita encuentre perdón en el
anonimato al exponerla como lo haré a continuación.
El primer intento, según
recuerdo, fue un clásico en versión infantil. No mentiré, no recuerdo
exactamente cuál, sólo tengo en mi memoria el momento en que fue ignorado.
El segundo intento fue “¿Qué me
cuentas Don Quijote?” de Mario Iván Martínez. ¿Qué podría salir mal? Un
maravilloso actor, una adaptación adecuada para la imaginación y la
sensibilidad de los niños. Era la mejor manera para despertar la curiosidad de
aquella pequeña… Excepto que al finalizar el disco ella nos dijo que jamás volviéramos
a ponérselo.
Con eso había sido suficiente, me
rendí y pensé que la oportunidad de educar a una pequeña lectora en el
fascinante mundo de la literatura se nos había ido de las manos. Qué poco sabía
de la vida en ese momento. Años después la vimos y, con renovada esperanza,
pregunté “¿te gusta leer?” al escucharla hablar entusiasmadamente de la saga de
Crepúsculo. “Sí” respondió, “me gustan los fanfics.”
¡Dios! Lo que sentí. Claro que no tengo nada en contra de los fanfics, son lectura después de todo y en algunos casos, son mejor lectura. Pero, leí los libros y vi las primeras dos películas (que son las que soporté) y sé que, por mal que suene, los
libros son mejores que las películas. ¡Las cosas que se estaba perdiendo esta
pequeña!
Sin embargo, la vida recompensa la
paciencia… o tal vez no pero fuera lo que fuese, un año después y con la ayuda
de Leonardo DiCaprio, nuestra pequeña mostró señales de querer leer. Finalmente
había sucedido, cuando salió la película de “El Gran Gatsby”, el libro tendría
que tener su parte de éxito.
Pero... cómo iba a imaginar que junto con
el comentario de “devoré los primeros capítulos” vino el de “mi mamá me lo
quitó porque iba demasiado aprisa y el libro costó mucho”.
Un balde de agua helada, por
supuesto. Y luego, todos aquellos comentarios que normalmente callamos salieron
como purga. “¿Está loca?, ¿qué le pasa?, ¡bájalo en pdf y termínalo!”.
Estoy de acuerdo, debí medirme
(obviamente no he puesto todo el discurso, sus inocentes ojos merecen tal
respeto). Pero finalmente di con parte del problema.
No es suficiente decir a nuestros
niños, jóvenes y adultos que lean. Ponerles los libros en la mano, facilitarles
la lectura poniéndola a su nivel o de plano leerles en voz alta, no servirá de
mucho a menos que estén motivados, y no estoy hablando de ponerles a un Leonardo
DiCaprio que les haga ojitos, y encuentren el apoyo que necesitan.
En contraste, recuerdo la primera
vez que quise que mis padres me compraran un libro, que en realidad eran dos, y
mi mamá me dijo que no era posible porque mi papá no iba a querer… ¿se imaginan
por qué? ¡Porque estaban caros!
No entraré en la discusión de si
son costosos o si los mexicanos tenemos los suficientes recursos para adquirirlos,
eso lo dejaré para otra ocasión. Me quedaré en este momento en el que nos damos
cuenta de que tenemos una herencia de “voy a invertir en ti, hijo, en aquello
que yo considere que está bien y no en lo que tú quieras”... “porque lo mando yo”.
Muchos padres y madres no se dan
cuenta de que en ocasiones sus acciones lejos de ser una ayuda, son un
impedimento. Es posible que ellos mismos no entiendan la importancia de los
intereses de sus hijos por muchas razones, o muy pocas, y todas ellas inválidas.
Los padres tienen una educación
distinta, sí. Una en la que sus padres les enseñaron que si no eran obedientes
sufrirían las consecuencias. Así que probablemente crecieron suprimiendo sus
propios deseos para acatar los de sus padres.
Ahora tenemos una generación de
padres, no todos pero varios, que quieren que sus hijos llenen sus expectativas
y dejen de tener gustos raros o inútiles. Es peor cuando sus propios sueños
incluían clases de ballet y resulta que su hija tiene dos pies izquierdos, o
cuando quieren que su hijo herede el negocio familiar y dicho pequeño sólo
piensa en cantar y tocar la guitarra.
No. En este caso no tiene ninguna
importancia que “El gran Gatsby” cueste $250 pesos (en versión lujosa y con
Leonardo DiCaprio en la portada). Hay bibliotecas, tiendas de libros de segunda
mano y, ¡por las barbas de Merlín!, la versión de bolsillo a tan solo $99
pesos.
La motivación inicia con los
padres, con el entorno que rodea al pequeño futuro lector, y continúa con el
apoyo a través de los años.
Todos deseamos que nuestros
pequeños crezcan bien y tengan éxito en la vida, pero no olvidemos que aunque
seamos adultos, no tenemos todas las respuestas y que nos toca observar y escuchar
a nuestros hijos para que cuando se presente el día en que ellos den señales de
que algo les importa, nosotros actuemos y fomentemos ese interés. ¿Por qué? Porque
si queremos que nuestros hijos tengan éxito en la vida, tenemos que llenarles
el espíritu con aquello que aman ya que esas son las herramientas que
utilizarán el resto de su vida para crecer bien.
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