Aun así, cuando ve por las noches este programa conducido
por dos profesionales evidentemente preparados y de amplio y refinado
vocabulario, no puede evitar sentirse un poco intimidada. Ella les dice los intelectuales: “Uno ha leído
muchísimo, libros alemanes y de esos”.
Y así es como muchos ven el mundo de la literatura. Un lugar
al que pocos pertenecen, reservado para aquellos que están en otro nivel y a los que da miedo
hablar por temor a que se fijen en lo mucho que nos falla el español. No voy a
mentirles, también a veces me siento insegura, tartamudeo y hasta pienso que es
mejor si me callo.
No hace mucho leí, y parafraseo, que México es un país en el
que se venden una gran cantidad de libros, una de las tasas más altas, pero donde
la gente no lee. La gente compra libros porque los venera como fuente de
sabiduría, pero que no se atreve a adentrarse en ella.
En últimas fechas hemos visto el surgimiento de campañas que
buscan fomentar la lectura. Hemos visto comerciales con personas famosas recomendando
a los padres leer a sus hijos. Y me cuestiono la efectividad de dicha campaña, ya que por una parte los libros suelen ser costosos y por la otra está la cultura de la
televisión que ya tiene la gente.
Apenas el fin de semana pasado me encontré en la librería de
una tienda departamental un caso en el que una pequeña de tal vez 6 años tomaba
un cuento del estante. Inmediatamente su madre comenzó a gritar que lo dejara, por qué siempre tenía que agarrar las cosas,
tendría que pensar bien si quería ese cuento porque ya no le compraría nada
más. Claro, este caso tendría que pasar además por otras pruebas, sin embargo,
nos muestra que no vamos a subir los números de libros leídos al año por el
momento.
Mi opinión es que fallamos en ver a los libros como lo que
son: nuestros amigos. El consuelo, la alegría y el consejo en días tristes y de
soledad, o nuestros compañeros en aventuras, locuras y diversión. Fallamos en
encontrar la clase de amigos que deseamos, el que nos entretenga o nos
enseñe, o que nos enseñe entreteniéndonos.
Tememos demasiado a pensar, a sentir, a vivir lo que jamás
viviremos en la vida real. Y estamos demasiado atados a lo inmediato: la
televisión, el cine, el internet. Nos sentimos intimidados por algo que no está
a nuestro nivel sin pensar que si nos atrevemos, podríamos convertirnos en
aquello que creímos imposible.
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